Cuando hablamos del sillar, nos estamos refiriendo a las construcciones edificadas con esta piedra volcánica blanca, característica de la región, que tuvo su origen en antiguas erupciones de los colosales volcanes que hoy tutelan la ciudad.
Son tantas y tan numerosas las canteras de esta piedra blanca, porosa, versátil, dúctil, que los primeros pobladores hispanos no encontraron mejor material para la construcción de templos, casonas y palacios. Fue así que paulatinamente y quizás sin proponérselo, los conquistadores y sus descendientes dieron origen a la “Ciudad Blanca”.Es verdad, debemos decir que esta no es la única razón por la que se conoce a Arequipa como la Ciudad Blanca, hay quienes aseguran que la verdadera razón es que en los tiempos de la colonia fue la ciudad que proporcionalmente tenía más población blanca. Los censos arrojaban escases de población indígena.
Sea por una u otra razón, lo cierto es que hoy todos conocen a Arequipa como la Ciudad Blanca y pocos dudan que sea por la cantidad de construcciones que aún se conservan elaboradas con esta hermosa piedra, que resplandece a la luz del esplendoroso sol arequipeño.
¿Qué decir de la campiña? Pues no podía haber mejor marco para estas nobles edificaciones, que la otrora verde y hermosa campiña arequipeña. Quien visita hoy en día Arequipa, puede no tenerlo tan claro, porque en las últimas décadas un rodillo de cemento, mercantilista y falto de escrúpulos ha convertido los campos de cultivo tan abundantes en este pequeño valle, en tierras urbanas.
Arequipa tiene mucho carácter, personalidad e historia, es por ello que aun hoy y pese a todas las contrariedades, toda la oposición y enemistad de la que es objeto, ha sabido mantener ciertos valores inquebrantables tan emblemáticamente representados por esta dicotomía: el sillar y la campiña.
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